Audiolibro
CETIS 77
Abigail Martínez Ruiz
Luis Gerardo Bujanda López
Cynthia Noemí Palacios Muñoz
Dalia Abigail López Rascón
Laura Giovanna Urrutia Martínez
Sandra Nayeli Flores Salazar
Narnia
Capitulo 1
"Lucy se mete en el armario"
Había una vez cuatro niños que se llamaban Peter, Susan, Edmund y Lucy, y esta historia cuenta algo que les sucedió cuando los enviaron lejos de Londres durante la guerra debido a los ataques aéreos. Los llevaron a la casa de una anciano profesor que vivía en el centro del país, a más de quince kilómetros de la estación de ferrocarril más cercana y a a tres kilómetros de la oficina de correos más próxima.No tenía esposa y vivía en muy grande con un ama de llaves llamada señora Macready y tres sirvientas. El profesor era un hombre muy viejo con una desgreñada mata de pelo blanco que le tapaba gran parte del rostro, además de la cabeza, y a los niños les cayó bien casi de inmediato; aunque la tarde en que llegaron, cuando salió a recibirlos a la puerta principal, su aspecto les resultó tan raro que Lucy que era la más joven, le tuvo un poco de miedo, y Edmund que era el siguiente más joven, sintió ganas de echarse a reír y tuvo que fingir todo el tiempo que se sonaba que se sonaba la nariz para disimular.
Aquella primera noche, en cuanto dieron las buenas noches al profesor y subieron a acostarse, los chicos fueron a la habitación de las chicas y discutieron la situación.
—Nos ha tocado la lotería, no cabe duda —dijo Peter—. ¡Esto es genial! Ese anciano nos dejará hacer todo lo que queramos —dijo Peter a Susan, Edmund y Lucy.
—Yo pienso que es un anciano encantador —comentó Susan.
—¡Vamos, anda! —exclamó Edmund, que estaba cansado aunque fingía no estarlo, algo que siempre lo ponía de malhumor—. No empieces a hablar así.
—¿Cómo? —inquirió ella—. Y además, ¡tendrías que estar ya en la cama!
—Intentas hablar como mamá —replicó Edmund—. Y ¿quién eres tú para decir cuándo tengo que ir a la cama? ¿Por qué no vas a dormir tú?
—¿No sería mejor que nos fuéramos todos a dormir? Seguro que se armará un buen alboroto si nos oyen hablando aquí.
—No, ¡nada de eso! —afirmó Peter—. Os digo que ésta es la clase de casa donde a nadie le va a importar lo que hagamos. De todos modos, no nos oirán. Es necesario andar al menos diez minutos para ir desde aquí al comedor, y también hay una buena cantidad de escaleras y pasillos entre un sitio y otro.
—¿Qué es ese ruido? —dijo Lucy de repente.
Era una casa mucho más grande que cualquier otra en la que la niña hubiera estado jamás, y pensar en todos aquellos pasillos largos e hileras de puertas que conducían a habitaciones vacías empezaba a inquietarla un poco.
—No es más que un pájaro, boba —contestó Edmund.
—Es un búho —afirmó Peter—. Este sitio será un lugar maravilloso para observar pájaros. Me voy a acostar. Propongo que vayamos de exploración mañana. se puede encontrar de todo en un sitio como éste. ¿Visteis esas montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? A lo mejor hay águilas. O quizá ciervos. Seguro que hay halcones.
—¡Tejones! —exclamó Lucy.
—¡Zorros! —apuntó Edmund.
—¡Conejos! —añadió Susan.
Pero cuando llegó la mañana siguiente caía una lluvia persistente, tan torrencial que al mirar por la ventana no se veían ni las montañas ni los bosques, ni siquiera el arroyo del jardín.
— ¡Vaya, tenía que llover! —se quejó Edmund.
Acababan de terminar de desayunar con el profesor y estaban arriba en la habitación que éste les había reservado: una larga y estrecha habitación con dos ventanas que daban en una dirección y dos en otra.
—Deja de refunfuñar, Ed —dijo Susan—. Diez a uno a que se despeja en una hora más o menos. Y mientras, no creo que nos aburramos. Hay una radio y cantidad de libros.
—No me interesa —declaró Peter—. Voy a explorar la casa.
A todos les pareció una buena idea y así fue como empezaron la aventuras. Era una de esas casas que parecen no tener final, y estaba llena de lugares inesperados. Las primeras puertas que probaron conducían sólo a dormitorios desocupados, como todos habían supuesto; pero no tardaron en llegar a una habitación muy grande llena de cuadros, y allí encontraron una armadura completa; y la siguiente fue una habitación toda tapizada de verde, con un arpa en un rincón, y luego bajaron tres peldaños y subieron cinco y a continuación apareció una especie de vestíbulo superior y una puerta que conducía a una galería y luego a una serie de habitaciones que comunicaba unas con otras y tenían las paredes llenas de libros, casi todos eran muy antiguos y algunos eran más grandes que la Biblia de una iglesia.Casi a continuación se encontraron con una habitación totalmente vacía, a excepción de un enorme armario; uno de esos que tienen un espejo en la puerta. No había nada más en la estancia aparte de un moscón azul muerto en el alféizar de la ventana.
—¡Aquí no hay nada! —anunció Peter, y todos salieron en tropel; todos excepto Lucy.
La niña se quedó atrás porque pensó que valía la pena abrir la puerta del armario, aunque estaba casi segura de que estaría cerrada con llave. Ante sus sorpresa se abrió con facilidad y cayeron al suelo dos bolas de naftalina.
al mirar dentro, vio varios abrigos colgados, que en su mayoría eran largos y de piel. No había nada que a Lucy le gustara más que el olor y el tacto de la piel, así que se metió inmediatamente en el armario, se cobijó entre los abrigos y restregó el rostro contra ellos, dejando la puerta abierta, desde luego, porque sabía que era una soberana tontería encerrarse en un armario. No tardó en introducirse en más en él y descubrió que había una segunda hilera de abrigos colgados detrás de la primera. Estaba muy oscuro allí dentro así que estiró los brazos hacia delante para no chocar de cara contra el fondo del armario. Dio un paso más —luego dos o tres— esperando siempre palpar el fondo de madera con la punta de los dedos; pero no lo encontró.
"¡Madre mía! ¡Este armario es enorme!", pensó Lucy, avanzando más aún, a la vez que apartaba a un lado los suaves pliegues de los abrigos para poder pasar. Entonces notó que había algo que crujía debajo de sus pies. "¿Serán más bolas de naftalina?", se preguntó, inclinándose para palparlo con la mano. Pero en lugar de tocar la dura y lisa madera del suelo del armario, tocó algo blando, arenoso y sumamente frío .
—Esto es muy raro —dijo, y dio un paso o dos más al frente.
Al cabo de un instante se percató de que lo que le rosaba el rostro y las manos ya no era suave piel sino algo duro y áspero e incluso espinoso.
—¡Vaya, pero si son ramas de árboles! —exclamó.
Y entonces vio que había luz más adelante; no unos cuantos centímetros mas allá donde debería haber estado la parte posterior del armario, sino bastante más lejos. Algo frío y blando le caía encima, y no tardó en descubrir que estaba de pie en medio de un bosque en plena noche con nieve bajo los pies y copos cayendo desde lo alto.
Lucy se asustó un poco, pero también le embargó la curiosidad y la emoción. Miró por encima del hombro y allí, entre los oscuros troncos de los árboles pudo ver aún la puerta abierta del armario e incluso vislumbrar la habitación vacía de la que había partido; pues, como era de esperar, había dejado la puerta abierta, ya que sabía que era una soberana tontería encerrarse en un armario. Allí aún parecía ser de día. "Siempre puedo regresar si algo sale mal!, pensó, y empezó a avanzar, con la nieve crujiendo bajo sus pies mientras cruzaba el bosque en dirección a la otra luz. La alcanzó al cabo de unos diez minutos y descubrió que se trataba de un farol. Mientras estaba allí de pie, contemplándola, preguntándose por qué había un farol en medio del bosque y también qué haría a continuación, oyó un golpeteo de pasos que se dirigían hacia ella. Y, casi inmediatamente después, una persona muy extraña surgió de los árboles y penetró en el haz de luz que proyectaba el farol.
Era apenas un poco más alto que Lucy y sostenía un paraguas sobre la cabeza, blanco por la nieve. De la cintura para arriba era igual que un hombre, pero sus piernas eran como las de una cabra —con un pelaje de un negro lustroso— y en lugar de pies tenía pezuñas de cabra. También tenía cola, pero Lucy no la vio al principio ya que reposaba tranquilamente sobre el brazo que sostenía el paraguas para impedir que se arrastrara por la nieve. Llevaba una bufanda roja de lana alrededor del cuello y su piel también era bastante rojiza. Tenía la cara menuda, extraña pero agradable, con una barba corta y puntiaguda y una melena rizada de la que sobresalían dos cuernos, uno a cada lado de la frente. Como he dicho, con un brazo sostenía el paraguas; en el otro brazo llevaba varios paquetes envueltos en papel marrón. Entre los paquetes y la nieve parecía que acabara de realizar sus compras de Navidad. El recién llegado era un fauno, y cuando vio a Lucy se sobresaltó de tal modo que dejó caer todos los paquetes.
—¡Válgame Dios! —exclamó el fauno.